Al ver a esa persona que amamos o al menos creemos amarlo sentimos que todo es posible, que nada malo te sucederá a su lado, te da protección, seguridad , paz , tranquilidad... llámalo como quieras pero esa sensación es la que te revive de alguna manera, te da un motivo para intentarlo, te dice que ya no estas solo y nunca lo estarás, que lucharía por ti hasta el final solo para que tú seas feliz. Y todas esas cursilerías.
Al despertar su primer pensamiento ya no es ella, su familia o sus deberes, todo cambió, ahora solo piensa en ti, en tu rostro, tu sonrisa, tus ojos, en aquel lunar que solo ella y tú conocen. Aunque suene tan patético.
Están tan perdidamente enamorados que no se dan cuenta de la realidad, del caos y la devastación. Lo único que miran son sus rostros, aquellos que reflejan una armonía plena que es capaz de llevarlos a otra dimensión en la cual nadie existe, solo ellos dos, juntos... tomados de la mano, mirándose fijamente con deseo. Sabiendo todo sobre el otro.
Ella, tan frágil como una mariposa en otoño que no quieres soltarla por temor a que le suceda algo malo, o tal vez sea porque de pronto te sientes incompleto, la suavidad de su delicada mano al contacto con la tuya se ha desvanecido por completo tan rápido y la soledad es ahora la que te rodea. Ella que era la única capaz de comprender cada gesto o acción que realizabas. Te sientes perdido.
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